Artículo 4: De la liminaridad del niño-individuo, Yozo

Yozo, la necesidad de un sujeto liminar, a partir de la vergüenza y la culpa, en Indigno de ser humano

Tsushima Oda 

Ilustración: @a.cristo168

IV

De la liminaridad del niño-individuo, Yozo

Con lo analizado previamente hemos observado una similitud entre el contenido con la realidad factual (empírica), principalmente en los conceptos compartidos sobre las relaciones sociales: tatemae, kikubari, omoiyari, por ejemplo. Así como en los acontecimientos de la vida de Dazai: sus intentos de suicidio, ser miembro de una familia aristócrata, su alcoholismo, por mencionar algunos. Sin embargo, la enunciación corresponde a Yozo, es él quien se compromete con sus actos y quien padece la culpa y la vergüenza. No obstante, el asunto concluiría así de manera muy llana y, como mencionamos anteriormente, su actuar lo advertimos como una permutación de responsabilidad, es decir, Yozo actúa en nombre de, en este caso lo asociamos con Dazai. Mas, ¿cómo llegamos a dicha resolución? Para ello hemos de analizar su condición, sus variados aspectos.

A lo largo de los tres cuadernos de notas apreciamos a un sujeto consciente de su malestar, del sentir del otro y de las posibles consecuencias que acarrearían sus actos (pensamientos y sentimientos). Nos enfrentamos a un Yozo lúcido que, sin embargo, se ve agobiado debido a la incomprensión de la naturaleza del ser humano. En medio de sus lucubraciones llega a pensar que el humano podría ser alguien puro, aspecto que no advierte en los humanos que él conoce. Así pues, en sus primeras notas, habla acerca de un sentimiento de desconfianza y sospecha sobre todo hacia los adultos, puesto que en ellos advierte, desde temprana edad, el juego de máscaras, la hipocresía, el engaño. ¿De qué manera se puede estar seguro de su siguiente acto? Desconfianza que pronto se extiende hacia el resto de los humanos. Aquel sentimiento se presenta como detonante del temor que pronto experimenta. Mismo que se esclarece a medida que avanza la trama. Les teme porque no los comprende, puesto en otras palabras, responde a un temor por desconocimiento. A la par del decaimiento de Yozo, observamos que su “temor a” se torna, precisamente, en horror ya que, si bien no se siente seguro entre los humanos, estos ya no representan el motivo del estremecimiento por sí mismo, al contrario, existe algo misterioso que él no consigue vislumbrar por lo que realmente se horroriza. Se trata entonces de eso inmenso, ya no del objeto concreto que infunde miedo, sino de una opresión terrible, inabarcable y misteriosa que planta horror.

Con lo anterior Yozo se convierte en un sujeto horrorizado incluso por él mismo. ¿Cuál es su verdadera naturaleza? ¿Cómo debe comportarse? ¿En qué tiene que convertirse? ¿Qué es? Por momentos se llena de un optimismo que lo lleva a determinarse a vivir como el resto de los humanos, a intentar una vida como la que los demás viven, sin embargo, termina por ser incapaz de hacerlo. Y aunque lo desee no puede conseguir la tranquilidad de un paseo en bicicleta debido a su condición: la de no llegar a ser. En efecto, Yozo no se concretiza. Con esto queremos decir que no realiza los ritos sociales de la manera adecuada. Y al decir ritos nos referimos, precisamente, a los rites de passage: concluir un estado para iniciar uno nuevo sometiéndose a determinados procedimientos de manera que adquiera saberes y habilidades que le permitan formar y desenvolverse apropiadamente en el nuevo espacio. Pero ello no se advierte con efectividad en él. Nuestro protagonista parece no dejar de ser un adolescente o incluso un niño aterrorizado. En su desarrollo actuar de tal manera resulta un desacierto, por lo tanto, se mantiene en un estado de indeterminación, siempre separado de los demás. Victor Turner (2013), como Van Gennep (2008), nos habla acerca de la condición liminar correspondiente a la segunda fase (limen) de esta clase de ritos. Dicha fase refiere el momento en el que el sujeto del rito se ha desprendido de su estado anterior, pero sin ingresar todavía al siguiente, es decir, se encuentra en transición. Indicará Turner “Ya no están clasificados y, al mismo tiempo, todavía no están clasificados” (p.106) y “no están ni vivos ni muertos, por un lado, y a la vez están vivos y muertos, por otro. Su condición propia es la de la ambigüedad y la paradoja” (p. 107).

En este punto de no terminar de ingresar y continuar, Yozo se pierde en sí mismo. Aspecto que bien advertimos desde su infancia ya que apreciamos a un niño-individuo y no a un niño-miembro. Su aguda conciencia sobre el sentir del otro, su cuidado al observar el comportamiento de los humanos con los que vive lo llevan a reflexiones exhaustivas al punto que termina por temerles, por desconfiar, puesto que advierte, ya, algo oculto y terrible en ellos. A medida que crece se separa de la familia hasta romper todo lazo de comunicación con ellos. Sin embargo, esto no quiere decir que ha conseguido madurar: convertirse en un adulto responsable que cumple con su deber, que actúa como le corresponde. Al contrario, y a su pesar, termina dependiendo del cuidado de los demás, sobre todo del de las mujeres; quienes le resultan seres desconcertantes ya que, para él, se encuentran muy alejadas de su realidad. Pronto se convierte en un adicto al alcohol, enseguida a la morfina. Aunque se presentan momentos en los que decide retomar su vida y mejorar, algo siempre se lo impide, ¿su incapacidad? ¿Su indignidad? No, su rechazo continuo. Consciente de que esa no es la vida que él desea, además de pensarse despreciable, indigno de considerarse humano, su experimentarse vergonzoso iguala en intensidad al de la culpa. No obstante, la percepción que tiene sobre sí mismo resulta tergiversada debido a que se niega a comportarse como esos humanos, de ahí la constante mención de una incapacidad de vivir con y como ellos.

Su negación se manifiesta en la interminable lucubración acerca de la naturaleza del ser humano, sobre el incansable escudriño al comportamiento de los humanos que conforman la sociedad en la que él se encuentra; además, del juicio que forma a partir de su comportamiento, juicio determinado por ese otro interiorizado sobre el que nos habla Williams, resulta un Yozo avergonzado de sí mismo por no actuar apropiadamente y, al mismo tiempo, uno culpable por faltar al deber de ser un buen hijo, un miembro útil y capaz de resolver sus propios asuntos. Pero él no puede aceptarlos ya que sabe sobre su hipocresía, sobre la bajeza humana; y no conoce otra manera de seguir que no sea rechazada. Bajo tales circunstancias, ¿quién es Yozo? ¿El bufón? ¿Qué formas seguir? ¿Se puede seguir viviendo de dicha manera? Entra en el juego de máscaras, sin embargo, resulta doloroso.

A pesar de ello, Yozo experimenta el calor del afecto capaz de generar principalmente hacia aquellos semejantes a él: los marginados (日陰者[1]). Aumenta su empatía, no olvidemos a la única mujer que amó: Tsuneko. Ahora bien, ¿qué Yozo observamos hasta este momento? Uno que ha sido capaz de comprender el juego de máscaras de las convenciones, uno tergiversado debido a la perspectiva del otro interiorizado, uno agostado de cargar la máscara de bufón, uno, finalmente, que ya no cuenta con la fuerza necesaria para abandonarla. Así pues, se empeña en volver auténtica la farsa. Sin embargo, su inconformidad y malestar lo atraen de la manera más dolorosa a la reflexión. De tal forma que, aun con la máscara, continúa sin pertenecer. Nuestro protagonista es sin duda un sujeto liminar consciente de ello. Su estratagema ha de ocultar su verdadero rostro: su horror, su oposición, su condición de ser distinto. Y no hay mejor gesto que el de sonreír frente a dicha situación. Recordemos las palabras de Nitobe, 

los japoneses recurren a la risa siempre que las fragilidades de la naturaleza humana se ven sometidas a una dura prueba… porque la risa en nosotros oculta la más de las veces un esfuerzo para restablecer el equilibrio anímico, cuando se ve perturbado por alguna circunstancia desagradable. (1909, p.102-3)

Sin embargo, en Yozo observamos un hacer reír y un sonreír amargamente (苦笑, kushou), el gesto auténtico del que es consciente de su propia miseria.

En medio de su liminaridad, más allá del papel social que debe desempeñar, se encuentra el individuo que no es debido a que no puede seguir siendo el que era y se niega a ser la farsa. No obstante, se atavía con ella consciente de lo terrible que puede resultar para él mismo. Yozo, el individuo, ha pasado de observar a la sociedad como una unidad homogénea capaz de castigar a comprenderla como un conjunto de individuos. En efecto, se trata del individuo, de individuos que padecen y que condenan; no es ya la sociedad, sino el individuo el que señala a otro. Es decir, la armonía del grupo atraviesa una crisis, debido a los estragos de la Segunda Guerra Mundial. Ya no se trata enfrentar, precisamente, a “el ser japonés” sino a “el ser humano”. Quitado de todas las apariencias y aspectos, ¿qué es? ¿Cómo seguir viviendo? Se ha vuelto ya una cuestión ontológica.

En este punto, ¿resultaría preciso preguntar si puede remediarse dicha situación? Si hemos observado que su liminaridad se debe, ante todo, al horror que experimenta por aquello inmenso y misterioso que lo agobia, hecho que, además, lo lleva a considerarse alguien vergonzoso y a cometer actos por los cuales experimenta culpa, nos indica que tal condición se forma gradualmente a lo largo de su vida. Pero, ¿cómo interpretar lo anterior una vez que Yozo escribe que ha sido consciente de su culpa y marginalidad (日陰者) desde que era un bebé? Sin duda ha nacido fuera. De esta manera nos encontramos con un sujeto que intenta vivir ocultando su verdadera naturaleza, misma que se tergiversa debido al otro interiorizado motivo por el cual se considera alguien despreciable, peor, incluso, que cualquier humano. El temor hacia ellos se torna en un horror hacia sí mismo. 

Situación similar acontece a Dazai, el autor, el que escribe durante un terrible episodio para Japón. Será adscrito por los críticos al grupo de los escritores “derrotados”, los que se encontraban a la deriva, esos que no se resolvían por ningún camino debido a que para ellos ninguno funcionaba ya; había que hacer algo distinto, pero qué, escépticos y decadentes. Dazai no pertenece, toda convención, ideología, ya no funcionan para él.  ¿Cómo vivir en adelante? ¿Como quién vivir? Así dirá y escribirá “Perdón por haber nacido” (KazuyaSakai,1966, p.18). ¿Tal declaración resulta a partir de la culpa y la vergüenza o bien de la negación que hace a ese mundo? Ambas, observamos aquí una correlación: al negarse, sus actos (el alcoholismo, las mujeres, el suicidio), irremediablemente, resultan rechazados por la sociedad. Lo que da pie a que se manifieste la vergüenza, la culpa y el pensamiento de no corresponder con ese mundo. No obstante, insistimos, ¿puede remediarse? Observamos en este momento una similitud de contenido, pero, como anotamos al principio, ¿las enunciaciones de Yozo solo tienen consecuencias sobre sí mismo? ¿Por qué motivo Dazai presenta a un sujeto como él? Si identificamos el habla del autor y el del personaje como actos distintos ello no quiere decir que no exista ninguna clase de relación a excepción de la de creador literario y objeto literario debido, justamente, a la permutación de responsabilidades. Podemos decir que Dazai escribe con la intención de poner en escena a un sujeto llamado Yozo, entonces Yozo habla autónomamente. Dazai presenta a un Yozo con propósitos propios, justo allí tiene lugar el desprendimiento de sí mismo: no soy Dazai hablando, es Yozo en su espacio (el literario) comprometiéndose con sus actos, pensamientos y sentimientos.

La semejanza que hemos visto anteriormente no resulta en absoluto gratuita, se trata, precisamente, del vínculo entre ambos sujetos: la marca experiencial que se comparte con el sujeto literario y liminar. De esta manera la intervención de Yozo termia por ser necesaria para Dazai. Asimismo, su cualidad de sujeto liminar tampoco resulta coincidente. Al contrario, lo proponemos como un propósito de Dazai, puesto que solo un sujeto con dichas características puede enunciar sin comprometerlo directamente con las enunciaciones (actos, pensamientos y sentimientos). En este sentido, Dazai y Yozo comparten los sentimientos de vergüenza y culpa, pero no fundamentados por los mismos motivos, es decir, Yozo resulta, por un lado, ese sujeto empático con Dazai y, al mismo tiempo, quien actúa en su nombre, visto que solo un sujeto como él tiene la capacidad de hacer y ser en dicho espacio literario. La autoficción de la que ya hablamos toma su verdadero valor aquí. Yozo, en calidad de sujeto, puede comprometerse con sus actos: sus enunciaciones guardan cierta intención, o como propone Austin (1990): fuerza ilocucionaria. Nada de lo que diga resultará llano, lleva consigo determinado propósito que deviene en un segundo acto. El primero, el de la enunciación misma; el segundo, la intención por la que se emite.

Referencias

Austin, J. L. (1990). Cómo hacer cosas con palabras, palabras y acciones. España: Paidós ibérica.  

Dazai, O. (2018). Indigno de ser humano. Barcelona: Sajalín.

Kazuya, S. (1966, abril). El sol que declina (Algunos aspectos de la literatura japonesa de posguerra). Universidad de México. Recuperado de Revista de la Universidad de México  

Nitobe, I. (1909). Bushido El alma del Japón. Madrid: Biblioteca científico filosófica.

Turner, V. (2013). La selva de los símbolos. México: Siglo XXI.  

太宰治 (2020年)。人間失格。日本:新潮社。[Dazai, Osamu (2020). Ningen Shikkaku. Nihon: Shinchosha]. 


[1] Aunque el término “marginado” es una palabra bastante aproximada, consideramos pertinente hacer la siguiente aclaración: 日陰者 [hikagemono] refiere ante todo a un sujeto que evita el trato con los demás y que, además, es considerado de la clase (casta) más baja de la sociedad. No pasemos por alto que dicho concepto se forma por la palabra “sombra”, lo que indica que se trata de un sujeto oculto del resto, sea por su vileza, o por su evasión social. En todo caso dicho comportamiento parte de él.  


Sobre el autor

Tsushima Oda

Licenciado en Lengua y Literatura de Hispanoamérica. Actualmente encargado del Círculo de literatura japonesa y miembro de la revista cultural Gramanimia. Amante de la cultura japonesa, literatura y en especial de la poesía. Ha publicado en revistas electrónicas poemas y ensayo; cuenta con la publicación del poemario Virgo.

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