El corazón de trapo

Andrés Burbano

Empezó a fracasar más a menudo después de cumplir 25 años. Empezó a tener erecciones a medias. Le dio por empezar a improvisar excusas: Lo que pasa es que me duelen los testículos. Lo que pasa es que la bicicleta me está empezando a afectar. Decía cada vez más cosas, que igual no importaban. Empezó a fracasar y eso significó que empezó a reducir su harem. Dejó de ser atractivo y se empezó a notar, por pocos, a pasos lentos, su cambio a macho relegado, a gen no reproductor.

A los 27 tuvo una última oportunidad. Empezó a usar su perfil de Facebook para publicar algunos de sus poemas y esto le empezó a dar la posibilidad de seguir conversaciones por chat con algunas mujeres. Algunas de esas mujeres eran jóvenes, de 19 o 18 años y otras eran mucho mayores que él, de 40 o 42. Empezó a fracasar más a menudo. Siguió saltando de vagina en vagina, pero igual su pene no podía entrar del todo en ninguna de ellas. Él acercaba la salchicha y ella rebotaba con las lonchas de mortadela. Es imposible, decía a veces resignado. No te preocupes, decía la mujer.

La última oportunidad fue precisamente esa. Esa noche, mientras ella se paraba de la cama y entraba a la ducha para jabonarse bien, para restregarse correctamente la zona genital y las nalgas, mientras se ponía la ropa y se iba, él se empezó a masturbar. Cogió su celular y puso en el navegador Pornhub. Puso a su lado aceite Johnson y se quitó toda la ropa de la cintura para abajo. Deslizó hasta encontrar la categoría especifica: Stepmom, Stepsister. Y entonces se empezó a masturbar.

Nunca recordaría bien si lo hizo antes o después de ella, pero lo hizo al terminar con ella. Al no poder penetrarla a ella. No recordaría, por ejemplo, sí ella ya estaba fuera de su casa, o si estaba bañándose y luego lo vio ahí y pensó que aquello ya no tenia caso, tal vez que era decepcionante o ridículo, pero si recuerda que luego de chorrearla, de escupirle algo de leche sobre el abdomen pensó: Mejor me voy a masturbar. 

Esa noche lo creó. Lo creó con una buena erección. Esa noche se masajeó los testículos suavemente, tomándolos en sus manos y apretándolos como si fueran pelotas relajantes. Todo mundo sabe que una buena paja se hace así. Es de cultura general que a veces la fusión entre masajes y subeybaja es lo que alcanza otros rangos del placer.

Se vino y empezó a crearlo. Se corrió sobre su camiseta y se la quitó para voltearla, para usarla de trapo una y otra y otra vez. A la mañana siguiente tenía el corazón palpitante, amalgamado y viscoso a un costado de la cama mientras dormía.

Dejó de fracasar. Se levantó decidido y mientras se bañaba se hizo una última paja. Luego salió de su casa y fue a comprar algodón, hilos, agujas, ojos de imán. Mientras compraba las cosas vio un maniquí con un blue jean y tuvo una iluminación: Su hijo tendría esa ropa, su hijo se llamaría Gabriel. Regresó a la casa y le dio forma a lo que ya tenía corazón. Así hizo al primero de la familia.

Con el tiempo vinieron más. Vino una esposa sin corazón de trapo, pero con vagina. Con tubos de papel higiénico, toallas húmedas y gel logró crearle el genital. Ella tenía una mirada casi real. Un par de orificios en la cara por la que se lograban ver dos esferas de vidrio perfectas. Dos ojos falsos de seres humanos que pudo conseguir por internet. Con los ojos vino también una bebé de pila que gritaba: ¡Papáaaa! ¡Mamáaa! Y se reía: JAJAJAJAJA. JAJAJAJAJAJ.

Así fue como creó la familia. Empezó a salir con ellos a parques, a restaurantes, incluso a veces iba con su mujer a motel, la sacaba a ella sola a citas románticas, citas de celos entre ellos, celos ocasionados por las miradas constantes de las mujeres hacia él, miradas que a ella no le gustaban pero que terminaba perdonando gracias a que les compraba juguetes a los niños, los ponía a jugar. Los ponía a jugar felices y con autoestima. Con una pasión que solo a veces interrumpía Gabriel, de frente, mirando fijo a la bebé, mirándola inclinado y embelesado, como siempre. Entonces él tenía que regañarlo para que dejara de ser morboso. ¡No mire así a la bebé!, le gritaba, y entonces los cambiaba de posición. Les ponía más muñecos, a la bebé bebés más pequeños, a Gabriel un carro o un soldado.

Los primeros meses de relación con la mujer fueron placenteros. Pese a los celos, ella no lo juzgaba por el tiempo que se demoraba. Incluso él podía notar como en el fondo de sus ojos se encendía la llama del amor cada vez que procedía a eyacular. Pero las relaciones no son perfectas. Hay muros que se van erigiendo entre uno y otro hasta que es la costumbre lo que toma el papel del amor, es el hábito lo que determina o calcula el éxito de una relación, de un envejecer juntos, es gracias a esa estabilidad, a ese castillo de ayudas, apoyos, semi-confidencias y sexo casual que una relación puede durar más de lo que dura el amor, el verdadero deseo. Ellos no tenían eso. Empezaron a guardar silencio frente al otro.

Empezó a emborracharse. Empezó a fumar yerba todo el día mientras miraba a su familia sentada en el comedor. Gabriel un poco inclinado, la bebé estática, la mujer sonriente y siempre atenta. Empezó a sentir de nuevo la frustración. Se empezó a quejar de que, pese a tener una familia, esta se estaba desmoronando por la monotonía, por los celos absurdos de la mujer. Se sentía solo de nuevo.

Un día, después de una discusión, después de tirársela como un endemoniado, la rompió. Sacó el tubo/vagina de su parte inferior y pudo apreciar una masa amarillenta que incluso pudrió por dentro el algodón de la mujer. Lloró por ella. Se apresuró a poner otro tubo, otras toallas húmedas dentro del tubo, a inyectarle gel. Sacó de su armario algodón y la volvió a rellenar. En la noche ella le pidió que no lo hicieran por hoy. Hoy no, pareció decirle. Hoy no, amor, mira que apenas me acabas de operar.

Así es como cometió el crimen. Ese fue el día que se suicidó.

Al salir de su pieza vio a Gabriel y la bebé sentados en la sala. Ustedes que hacen aquí, les dijo. ¿Escucharon la conversación con mamá?, les preguntó. Tienen que irse ya a dormir. Y entonces cargó a la bebé con una mano y a Gabriel con la otra. Los llevó a la pieza y los acomodó en sus camas. Tienen que dormir, les dijo.

Se dedicó a beber. Fue a la cocina y sacó de la nevera una botella de aguardiente y se la bebió toda, llorando, preguntándole a Dios por qué era tan difícil la relación con la mujer, increpándolo por la salud de ella, por lo difícil y doloroso que tuvo que ser para ella el nuevo implante genital. Le preguntó que debía hacer con la bebé, con Gabriel. Cuando ya estaba muy borracho su tristeza se convirtió en cólera. Empezó a golpearse la cabeza y a halarse el pelo. Le pareció pertinente ir a revisar si los niños estaban dormidos, si necesitaba algo su mujer.

Abrió la nevera y sacó otra botella de aguardiente. Caminó con ella en la mano, dándose grandes tragos. Al entrar a su pieza la mujer tenía los ojos abiertos. Él le preguntó si no podía dormir. No, no puedo, le dijo la mujer. En realidad, creo que esto debería terminar. A que te refieres con eso, le dijo él. A terminar con nuestra relación, le contestó la mujer. Y entonces se abalanzó sobre ella y la golpeó. Con la botella que tenía en las manos empezó a picarle los ojos hasta que se los partió. Dos canicas se fragmentaban en pequeñas esquirlas de vidrio. Ella no suplicó, no reaccionó, no se defendió. Él entonces fue a la pieza de los bebés. Gabriel, le gritó al niño, gran hijueputa ¿Qué te dije de mirar así a la bebé? Y entonces no pensó que tal vez era su mamá muerta en la otra pieza lo que los tenia asustados, que Gabriel, en vez de mirar con deseo a su hermanita, buscaba protegerla.

Se acercó a Gabriel y lo golpeó. Con la mano abierta empezó a golpearlo hasta que se cansó. Solo entonces notó que tenía una mano ensangrentada, que los golpes a la mujer le habían hecho cortarse con la botella. No se percató del enorme vidrio incrustado en su muñeca. Malparida, pensó. Malparida, que me hiciste daño, que me pegaste cuando te estaba intentando reprender, cuando estaba intentando reprenderte por malagradecida. Y entonces supo que tenía que darle una lección. ¿Qué podría ser aquello que le duela más a una mamá? Se bajó el pantalón y empezó a masturbarse frente a Gabriel. Miraba su cara asustada y le decía que ni se le ocurriera llorar. Su verga, siempre flácida, ahora mantenía una erección sostenida. Eyaculó sobre él. Le gritó a su mujer desde la pieza de los niños que ahora si iban a saber quién era él. Le arrancó el corazón de trapo a su primogénito y entonces se acostó al lado de la bebé. A ti es que debería ponértelo, le dijo, no a ese malparidito de Gabriel. Murió desangrado.

Las hormigas quimera, 2023


Sobre el autor

Andrés Felipe Burbano Ibarra

Nació en Popayán, pero se crio en Piendamó. Pese a que lleva muchos años leyendo y escribiendo, no es hasta que funda la Revista Digital Aparato Nacional, en el 2019, que decide empezar a autopublicar algunos de sus cuentos. Fue a la universidad, pero un día se aburrió y la dejó.

2 comentarios en “El corazón de trapo”

  1. Gracias por entretener a esta persona qué hasta ahora le coge el gusto a leer.
    Como dije no soy la más lectora pero si que disfrute este cuento.
    Dejo mi disposición e interés por poder participar de alguna forma, o colaboración desde mi arte y conocimiento; en un futuro, espero no muy lejano.

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