Efecto Rembrandt

 

Efecto Rembrandt (De como una ballena se volvió pájaro carpintero)

Mario Armando Valencia

 
Ilustración: @the_art_of_tasuugo
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Pero resucitar es volver a la luz en medio de una cama de pétalos rosados. El padre nuestro en los labios, aun con sabor de agua y arena de río. El sonido de los espíritus del agua en el corazón de la caracola hecha lámpara, ahora en la mesita de noche. Resucitar, ver derretido el acero del puñal que dejó huellas en tu sexo, ver vencidas todas las señales de la muerte que se vieron en la última runa. Ver entrar una manada de caballos blancos nadando mar adentro, verlos regresar, casi levitar sobre las aguas azules en sereno galopar hacia la playa. Porque en el azul del cielo, del río, del mar, comienza para el pájaro, el vacío que lo conduce, tierradentro, a su eterno hipogeo, a las entrañas de la madera y de la montaña, de la tierra que abrelablancamorada de la muerte. 
 
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Nazareno y Oro: medio luto. El indio-pájaro instaura su
jerarquía: El yagé, pesado y lento rueda por fuera y crece
por dentro, húmedo como un poderoso
reptil, cálido como el té de coca en agua caliente.
El venenoso dardo persigue al animal. Es inevitable la
muerte.
Para quienes vivieron a mi lado los momentos más intensos de esta
blanca epifanía.

“Le bonheure me précède / la tristesse me suit / La mort m’attend”
(“La felicidad me precede / la tristeza me sigue / la muerte me espera)

                                                                                   Edouard Levé.

CLAROSCUROS
“Me perdí en un lugar del paraíso”
-Giovanni Quessep.
1
El centro de la ciudad es una enorme ballena blanca
que ha encallado y resopla moribunda.
En el dorado de sus escamas refulgen honores y glorias de
viejas familias.
Sus ojos vidriosos dejan ver rezagos de una lucidez
tiempo ha… sepultada en la historia.
No navega, sus leves movimientos
cortejan suave y recelosamente su muerte,
y su gran cerebro es un enorme laberinto blanco
Por donde deambula la gente.
           
En clave de sol, el vecino hace su fiesta en agosto. La cometa mece su cola impulsada por el vaporoso aliento de la ballena: Vuelve otra vez el cetáceo, insiste. Una escala cromática de faroles amarillos acerca nuestra mirada, hasta que esta se rompe en el azul pleno del cielo. Algo resucita enlosprimaverales hombros de las muchachas.
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La ballena emerge desde su hondo abismo, su mirada se pierde en el horizonte: Azul levemente triste, presente en todo principio y en todo fin del agua. Azul, camino de duendes, entre cúmulos y nimbos, camino de fiesta. Azul: “Domingo al atardecer, vamos a casa de Fernando”. Azul, espíritu del malva en la filosa mirada de un niño. Azul agri-dulce y delgado hasta el límite con la transparencia, sabor a manzana y a vino de coca: Champaña de los andes. Azul, cintilla, luto en los morados brazos de las avenidas. Azul, amigo del viento que badea las verdes cimas de los olivos. Azul, cercano del gris, que en la tarde siempre me espera, agazapado en los parques donde se liba el ajenjo y se toca las quenas, claridad de la muerte, promesa de viaje. Azul, tensamente celeste: azul venezolano.
2
Un poblado bosque de guayacanes de piedra negra
crece entre pantanos de piedra,
atrapado,
caminando entre ellos anhelando el fondo,
sin poder huir.
Un sol nos roza con su limpia aspereza blanca,
ensucia.
Calles de piedra, autos de piedra, relojes de piedra
arrastran penosamente su mecanismo.
El blanco
chispeante y filoso
arranca cual espuela de gallo mal herido
negros jirones de alma.
El pico del pájaro se parte contra el guayacán de Piedra.
este pantano no hunde
lesiona e inmoviliza.
3
Se busca un manager
que conduzca la ciudad,
que interprete su canción sin letra ni partitura.
Un manager
que sepa leer poemas negros sin titulo,
cruzando la calle sin mirar a los lados.
Un manager
que se encargue
de que el día en que me muera,
Mi hijo llegue           
            Temprano a la escuela
Y mi enemigo
            Tarde al cementerio.
Se busca un manager así,
como decía Woody Allen:
“Éticamente neutro e inimaginablemente violento” 
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Por eso:
Nunca más
nunca,
vuelvas a llorar por mí
            Me basta con ese interminable azul del cielo
Nunca más,
nunca
vuelvas a reir por mi
            Me basta con los tambores de la tormenta que no cesan
Nunca más,
nunca
vuelvas a angustiarte por mí
            Me basta con ese barco que no llega y que no atraca
Nunca más,
nunca
vuelvas a estar sola por mi
            Me basta este camino sin sombra, que no acaba
nunca más nunca
vuelvas a hablar por mi
            Me basta ese saxo-bajo ahogado en una callecita de
                                                                                               París
Nunca más,
nunca
me recuerdes
            Esas son cosas de Oliveiro GIrondo en una tarde
                                                    Sin fiesta de cumpleaños.
 
 
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Desde ese azul venezolano
desciende tu recuerdo en las madrugadas.
Tu blanca sonrisa de muñeca de nieve,
en navidad,
aclara de inmediato la sombra
que amanece en mi rostro.
En las silentes e infinitas noches del sur,
a veces,
un vestigio de tu tibieza
vence la dureza del frío
en algún rincón de la casa.
Cada gota de lluvia en el tejado,
recobra,
apacible y liquida,
la nobleza de tu mirada.
Entonces, Boston atraviesa la sala de la casa
y hunde su mullida cabeza
en el receloso fondo de todas tus dudas.
Sabíamos ambos
que solo se sueña tranquilo
donde la tristeza no es morada.
 
4
La enorme ballena blanca se desplaza pesadamente hasta alcanzar la playa. Sus monstruosas fauces expulsan espuma y niebla. El vaho de su aliento se esparce por toda la ciudad. Uno a uno los cuerpos son abiertos y despedazados. Entre el filoso diente de la ballena todos nos hacemos lluvia de sangre, fiesta de sangre. Como el síndico, la ballena blande su alcayata desde el fondo de los siglos, golpea y destroza cada cabeza, inscribiendo en las paredes blancas, hermosos gestos de rojo purpura. En esta ciudad, cadagolpedealetadelaballenablancanosconvierteentristes personajes de un drama amoroso y sórdido de Frank Miller.
 
5
Asfixia, claustrofobia, fiebre amarilla de tanto esperar en un barco sin muelle ni bahía. La ballena blanca escucha y siente, a sólo treinta kilómetros, el corazón del mar. El blanco huele a salitre, sabe a biche, a para-picha y a toma seca. Es como si las callecitas revivieran, el mamífero toma aire e intenta mover su descomunal cuerpo, pero se estrella con la selva y se vuelve pájaro carpintero, cuyo pico busca nuevamente su hueco. Por eso los autos parecen pequeños barcos movidos por velas blancas, sudarios a la deriva elevados el viernes santo y extrañando el océano, la desembocadura del rio que los lleve al mar. Ciudad de mamíferos de mar y de peces que vuelan, respiramos de agua, nos alimentamos de viento y cal, soñamos de madera.
 
 
14
Se sabe del rapto de la mirada de la ciudad,
y santa Lucía no escucha las plegarias de los gatos que
peregrinan
por los tejados de barro, que elevan, cual cisnes antes de
morir,
sus largos cuellos hacia el cielo
implorando por el dolor que sienten.
Acostumbrados a la penumbra
nos soporta ese azul que se funde con el blanco:
Enceguecen.
 
 
 
DE SUR AZUR
“¿O, acaso huía a ciegas
del triste dios
que hace del azul un patio
blanco?” 
-Giovanni Quessep.
13
El pico del pájaro carpintero es más veloz que el
segundero del reloj,
pero más lento que la nariz de la ballena
desde un pasado remoto, el pájaro construye su casa bajo
el sol estival.
Cada golpe de su pico constituye una herida
meticulosamente planeada
que no sana, porque no hay olvido.
El olvido huyó por la calle del cacho, por la calle de piedra,
y el recuerdo carcome los corazones de madera
por eso el amor huele a podrido,
por eso atardece de para arriba.
 
6
He buscado, tu compañía, Juan Tama, por los recodos de la ciudad. He anhelado un sorbo de tu agua, una chispa de ese calor que trajiste de las estrellas y no los he encontrado. He descendido hasta el fondo de tu hipogeo blanco en busca de tú presencia, sin ninguna fortuna. Pareciera que te han borrado, que sólo existes para Manuel Quintín. Ya casi nada queda de ti en los rostros de tu gente, un absurdo enfrentamiento con la historia, una guerra de razas y de colores en un escenario inmóvil, congelado en el tiempo. Te he buscado Juan, y solo he encontrado la transparente dureza del hielo.
7
Es domingo, el cielo protesta y la ballena lava su fachada. Una sombra insepulta llena las cuencas de sus ojos. Los atronadores truenos en la tempestad de cada tarde asestan sus tres golpes en la puerta de cada casa, la lluvia se hace interminable, y en las enormes casonas blancas, nadie abre. Cada cuadratura del panteón es un suburbio en el que se guarece el crepúsculo: nido falso de agua lluvia. Arde el corazón de la ballena y el vapor de agua cubre la totalidad del escenario. En el templo de Santo Domingo se afina un concierto de otra música metálica. La fachada gris perla, no registra ningún rostro definido: Camilo Torres, el sabio Caldas, el general Mosquera, el poeta Valencia. A los ojos de la ballena una manada de broncosaurios, a muy poca altura, sobre vuela el río Cauca. El cetáceo limpia sus deseos con agua de nube venida del mar y el mar la penetra en una copulación definitiva. Huele a orgasmo de óseos cachorros viejos en el cuarto lateral de la iglesia de San Francisco. Un archivo de testamentarias hojas amarillas, da cuenta de la titánica lucha entre San Jorge y el Dragón. El cielo se bate entre juegos cruzados. Desde la loma de Belén, los hijos de Manuel Quintín descienden macerando sus hombros con el madero que sostiene al amo. 

12
Lejana: la ballena mira al vacío; una mujer vestida de negro con dos crucifijos pendiendo de sus orejas. Lejana: la tarde cuando se funde entre resplandecientes tonos metálicos, texturas suaves, encajes, girones de fantasía. Lejano: alguien camina por la calle esperando un milagro en la próxima esquina. Lejano: el pájaro carpintero cuando cae en su primer intento de vuelo. Lejano el blanco meticulosamente borrado por el sepia que envuelve la noche, titilante, intermitente, temblorosa que danza entre los pequeños bosques de la ciudad. Lejano: este sur de teatro No, multitud de ancestrales sombras de taitas y caballeros contra el telón sin fondo de la noche, a la misma distancia del menor gesto de un ángel; lamento-fado de los espíritus del agua. Lejano: sur vacío y piramidal en el propio centro del corazón de la montaña.
11
El amor que profesa la ballena es de baja denominación, se funde en su recuerdo con malas películas. Su blanco suspiro emerge desde los propios países bajos: es tan sórdido como un suburbio en Ámsterdam. Cruza el océano sin ruta fija, hacia el sur, y establece su silenciosa y gélida imagen postal en el valle de Pubenza. Un amor que carga la ausencia propia de aquellos a quienes les ha hecho malas jugadas el tiempo. La ballena exhibe su amor en el nicho del tiempo, en el panteón de los héroes, en un eterno presente sin mañana. La ballena arrulla su amor entre tonos menores, sin sentido del humor, a no ser el del humor: negro. Su técnica: la patraña, su talento: el de las oscuras sacerdotisas. Maldito por méritos propios, inédito, ahogado en sus propios gritos. De la ballena fluye un profundo y oscuro amor, como el océano.
 
PENUMBRAS
“Profunda cede el alba,
A un infierno celeste”
-Giovanni Quessep.
8
Me aferro al libro para no morirme de sed. Al aparato para no dar alimento a la tristeza. Me sumerjo en ondas y sonidos, evito respirar. Tengo mi propia selva, con miles de verdes, con agua caliente y teléfono celular, un parqueadero siempre desierto para el auto número trece. Soy un satélite secuestrado que gira alrededor de sí mismo, que debe trazar todos los días, contra toda ley de la gravedad, su propia órbita giratoria. Tengo escalofríos, sospecho que en esta ciudad Dios descansa siempre, porque todos los días son domingo. Entre tanto, alguien atisba, recogido, al amparo de la penumbra, y vigila, farol en mano, desde los balcones, para que nadie usurpe esta sórdida calma.
 
9
El tiempo aquí transcurre al ritmo y al golpe del pájaro
carpintero.
Cada uno aquí, golpe tras golpe, construye la propia,
íntima y oscura fosa que le sirve de morada.
Aquí todos tenemos una habitación semi-oscura y húmeda,
con olor a guayacán recién florecido.
 
 
10
El tiempo es un golpe sordo
una herida lenta, quirúrgicamente precisa,
una aguda ansiedad que gotea
por las callecitas de piedra.
Las horas ruedan lentamente por los aleros inclinados
y se filtran hasta los cuartos a media luz.
En esta ciudad todos somos “soldados desconocidos”
que velan en las puertas y venden jabones con olor a
pino.

Sobre el autor

Mario Armando Valencia

Nació en Manizales, capital del departamento de Caldas, Colombia, en 1969. Licenciado en Filosofía y letras, Magister en Literatura, Doctor en Estudios Culturales Latinoamericanos, Posdoctorado en Literatura; profesor titular del departamento de Filosofía de la Universidad del Cauca.

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