El coronavirus y la ficción del futuro
Alejandro Baravalle
No descubro nada al afirmar que la ficción afecta nuestra percepción de lo real: palabras como “cuarentena”, “pandemia” o la propia “virus” seguro nos lleven a las imágenes estereotipadas del cine antes que a las de un documental o un canal de noticias. Esto no es culpa de los documentalistas y periodistas, sino de la realidad, que de momento no nos ha provisto —y esperemos que siga siendo así— pestes capaces de competir con las pesadillas de Hollywood. O, en todo caso, lo hizo muy atrás en el tiempo. No había smartphones para registrar la peste negra. Los profetas, por otra parte y como de costumbre, llegaron demasiado temprano; por eso San Juan no pudo subir a Youtube una versión audiovisual de su apocalipsis. Así, nuestra imaginería del fin está hecha de fotogramas de ficción, la mayoría de ellos exagerados y amarillistas.
Contagio, película de Steven Soderbergh, explota el morbo de la situación actual. Basándose descaradamente en el coronavirus, cambiando un detalle aquí o allá como si esos matices pudiesen disimular algo, aprovecha el pánico colectivo para obtener reproducciones fáciles en las plataformas de streaming. Bueno, eso diríamos si la película hubiese sido filmada en tiempo record y estrenada ayer. Pero Contagio (Contagion es el título original) se estrenó en 2011, y hasta hace poco había pasado por nuestras vidas sin pena ni gloria.
En diciembre de 2019 se ubicaba el puesto 270 entre las películas de Warner Bros más descargadas y vistas (1) ; al momento de escribir este artículo, está en la segunda posición tras la saga de Harry Potter. Su popularidad también crece en Netflix, Amazon y iTunes. En su momento se la relacionó con la H1N1, más conocida como la gripe porcina. De aquí en más, será para siempre “la película que predijo el coronavirus”.
En diciembre de 2019 se ubicaba el puesto 270 entre las películas de Warner Bros más descargadas y vistas (1) ; al momento de escribir este artículo, está en la segunda posición tras la saga de Harry Potter. Su popularidad también crece en Netflix, Amazon y iTunes. En su momento se la relacionó con la H1N1, más conocida como la gripe porcina. De aquí en más, será para siempre “la película que predijo el coronavirus”.
Contagio es un thriller apocalíptico realista, serio, verosímil, sin estridencias al estilo Armageddon (Michael Bay, 1998). Por supuesto que vemos largas filas de gente desesperada y nos encontramos con los golpes dramáticos se rigor. Sin embargo, la película nunca fuerza la credibilidad ni se va de tono. Quizás por eso resulte tan incómodo verla hoy: por lo factible que es.
Sí, la ficción afecta al modo en que percibimos la realidad. Y, nos guste o no, el cine —y la literatura, para quienes la leemos— nos “entrena” en el temor y en el deseo antes que la vida misma, igual que un simulador de vuelo entrena a los futuros pilotos. Claro que la ficción se toma muchas libertades en sus simulacros, y mediante la experiencia uno descubre rápidamente —por ejemplo— que las relaciones amorosas no son como las comedias románticas. Sin embargo, ahora la experiencia no vale mucho: es común que la gente establezca vínculos vagamente amorosos, pero no que el mundo se va amenazado por una pandemia. No hay un referente “real” que oponer a la ficción.
No soy médico y mucho menos epidemiólogo. No sé si el coronavirus es la peor de las pestes modernas. Sí salta a la vista que es la más mediática. Paul Virilio, fallecido en 2018, hablaba de “ciudades pánico”, porciones de mundo que tendían cada vez más a cerrarse sobre sí mismas. Sin embargo, muchos prefieren acordarse, aunque más no sea tácita y acaso inadvertidamente, de Jean Baudrillard, y sugieren que la pandemia es un simulacro, que “no ha tenido lugar”. O, mejor dicho, que no está teniendo lugar: que se trata de un invento, o de una hipérbole tan desmesurada que bien puede equipararse a una invención. Hoy, a cada fenómeno mediático parece corresponderle una suerte de teoría alternativa oficial, valga la paradoja. En lo personal, yo creo en las conspiraciones; especialmente en las que están probadas, que son muchas. Sobre las que le caben al COVID-19 tengo serias dudas, pero esa no es la cuestión, porque incluso si la potencia del virus estuviese exagerada con fines espurios, nuestro miedo es tan real como el del niño que vislumbra monstruos en la oscuridad de su habitación.
Y, hablando de niños quizás esta crisis pueda tener un efecto benéfico en la llamada generación “copito de nieve”, que confunde las palabras con las cosas y por eso cree que las cosas cambiarán si se cambian las palabras —con lo que esta progresista idea le regresaría al lenguaje aquel poder creativo que le atribuyeron tanto las tribus arcaicas como algunas religiones—. La verdad, no hay razón para quejarse: el virus resultó ser inclusivo, democrático, igualitarista, y da lo mismo como lo llamemos. Así como lo pobres seguirán siendo pobres si los catalogamos como “personas de escasos recursos”, el virus seguirá matando gente, aunque en lugar de virus lo llamemos…No sé… ¿”Bichito juguetón que anda por el aire”? Piensen el nombre que más les guste: no serán los eufemismos los que detengan la pandemia, sino las acciones reales que tomemos en el mundo real.
Pero volvamos al cine y a la literatura, y al cambio que sin dudas ocurrirá —después de esta crisis— en la producción y recepción de las ficciones apocalípticas. Escribe Borges en su prólogo a la edición en castellano de Crónicas marcianas (Ray Bradbury):
“En el segundo siglo de nuestra era, Luciano de Samosata compuso una Historia verídica, que encierra, entre otras maravillas, una descripción de los selenitas, que (según el verídico historiador) hilan y cardan los metales y el vidrio, se quitan y se ponen los ojos, beben zumo de aire o aire exprimido. A principios del siglo XVI, Ludovico Ariosto imaginó que un paladín descubre en la Luna todo lo que se pierde en la Tierra: las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectos inútiles y los no saciados anhelos. En el siglo XIII, Kepler redactó un Somnium Astronomicum, que finge ser la transcripción de un libro leído en un sueño, cuyas páginas prolijamente revelan la conformación y los hábitos de las serpientes de la Luna que durante los ardores del día se guarecen en profundas cavernas y salen al atardecer. Entre el primero y el segundo de estos viajes imaginarios hay mil trescientos años y entre el segundo y el tercero, unos cien; los dos primeros son, sin embargo, invenciones irresponsables y libres y el tercero está como entorpecido por un afán de verosimilitud. La razón es clara: para Luciano y para Ariosto, un viaje a la Luna era símbolo o arquetipo de lo imposible; para Kepler ya era una posibilidad, como para nosotros.” (2)
Entonces, de aquí en más: ¿se podrán volver a filmar “invenciones irresponsables” al estilo Michael Bay o Roland Emmerich? O, si nos vamos al otro extremo estilístico: ¿tendría sentido una película como Contagiocuando es posible un documental sobre el coronavirus?
Claro que las crisis y los temores sociales no necesariamente se reflejan de modo tan obvio y directo en la ficción. Pensemos en películas como La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956), a menudo vinculada con el miedo norteamericano a la infiltración comunista; o la seminal entrega de Godzilla (Gojira, Ishirô Honda, 1954), que nace del terror a la guerra nuclear. Quizás las anteriores películas sobre pandemias aludían a otros miedos, diferentes a la pandemia, y el coronavirus provoque que, para hablar sobre el miedo a las pandemias, se deban filmar películas sobre otra cosa. Si la literatura es un sueño dirigido —y Hollywood es una fábrica de sueños—, se deberá respetar la lógica onírica que establece el psicoanálisis, en la que significado y significante están desplazados y el miedo más profundo nunca nos muestra su verdadera cara ni nos dice su verdadero nombre.
Además de la película Contagio, la novela La peste, de Albert Camus, aumentó sus ventas. Y aunque no me tomé el trabajo de comprobarlo, apuesto a que novelas como Apocalipsis (1981), de Stephen King, habrán accedido a una segunda juventud comercial. En algunos artículos se menciona otra novela de 1981, Los ojos de la oscuridad, de Dean Koontz. Se supone que aquella novela predijo el coronavirus. Por supuesto, las ventas aumentaron. Si hasta hace muy poco los lectores consumían estas obras de King, Koontz o Camus como entretenimientos o como alegorías —en el caso de La Peste—, hoy las leen como los devotos al libro de San Juan, y recorren sus páginas en busca de la revelación profética. Claro que, en esta sociedad desacralizada, a los profetas solo se les presta atención cuando la profecía ya se ha cumplido. O sea, cuando ya es tarde.
Yo no tengo un pelo de profeta: ignoro qué tipo de ficción se producirá después de la crisis. En este artículo apenas quise poner por escrito algunas preguntas, y unas mínimas reflexiones al respecto. Porque acaso en el caos de hoy vislumbramos una única certidumbre —que ya suena a lugar común—: la certidumbre de que nuestro mañana nunca volverá a ser lo que era.
Bibliografía y referencias:
(2) Prólogo con un prólogo de prólogos, Jorge Luis Borges, Emece, Argentina, 1999.
(3) Hace poco leí (no sé si es cierto) que en las reediciones de la novela se modificaron ciertos datos sobre aquel virus de ficción para acentuar las semejanzas con este virus real: una treta editorial cuestionable desde varios puntos de vista, pero sin dudas avalada por el marketing.
Sobre el autor
Alejandro Baravalle
Nació un Sábado Santo de 1981, sin otro don —nadie esperaba más— que su patológica inclinación al terror y al fantástico. Estudió Licenciatura en Letras, Profesorado en Lengua y Literatura. Pese a las tentaciones del sentido común y la madurez, salió indemne de todo título. Aun así, dio clases en la escuela secundaria.
Te felicito por tu ensayo, mismo que contiene una temática que hoy nos ocupa y preocupa a la humanidad. Puedo resaltar la forma magistral en que calificaste a este virus: inclusivo, democrático e igualitario.
El final, es terroríficamente contundente: La única certeza es que el mañana jamás volverá a ser igual. Aseveración que me llena de pánico.
Muchas gracias, Cuquis. Te paso otro video sobre el tema. Quizás te interese también. https://www.youtube.com/watch?v=TGX14LbIDR8