Los que mandan

Los que mandan

Santiago Marín Higuera

Camila* podía ver el miedo en la mirada de don José*. Aquel hombre imponente del que le habían hablado, que había permanecido recio durante toda su visita, dejó ver su vulnerabilidad cuando comenzaron a hablar sobre aquel tema. Camila sabe muy bien que debe ser discreta, si habla de más se podría ganar una amenaza y nunca podría regresar a Nechí.

La primera vez que conoció a don José fue a finales del 2020. Llegar hasta su finca les había tomado alrededor de tres horas desde el casco urbano del municipio. La mayor parte del trayecto fue en lancha, navegaron lentamente por el río Cauca hacia el norte hasta llegar a la ciénaga del Sapo. Allí desembarcaron a un costado y contrataron a motociclistas para que los llevaran tierra adentro hasta la extensa finca.

Las motos abandonaron la densa vegetación del pantano para encontrarse con una generosa planicie. La tierra, poco a poco, dejó de ser barrial y traicionera para tornarse árida y firme. A medida que se iban acercando a la finca varios montículos de tierra aparecían en el paisaje. Camila, quien en su trabajo como bióloga había estado en varios lugares así, reconoció de inmediato que eran pozos de minería. Esto no era una sorpresa para ella, ni para ninguno de sus compañeros, por eso habían venido. 

Don José los estaba esperando con sus muchachos a la entrada de su finca. Detrás de él se alcanzaba a ver la fachada de una pequeña casa y dos excavadoras que se miraban mutuamente. Su parcela se extendía por una inmensa sabana verde; la tierra que le pertenecía era tanta que ni siquiera se podía ver el límite en el horizonte. Hace varios años había llegado desplazado por la guerra, y desde entonces se hizo con una gran tajada del terreno baldío.

Los trabajadores escoltaron al grupo de Camila a un quiosco que colindaba con la casa. La altura del sol indicaba que era mediodía y el agobiante calor secó la garganta de todos los presentes. El anfitrión les convidó unas cervezas y después de un par de tragos comenzaron a discutir por lo que estaban allí: Camila le venía a hablar de las compensaciones que le podían ofrecer si conservaba una parte del bosque que estaba en sus dominios. De forma amable, pero con firmeza, la bióloga explicaba que debían recompensar al ecosistema por la minería que estaban haciendo.

Don José escuchaba con atención cómo parte de su predio podría ser el camino de un corredor silvestre, y las alternativas de subsistencia que le proponían para que no siguiera desangrando su tierra buscando oro y esmeraldas. Se mostraba muy interesado, pero un atisbo de duda mezclado con miedo se asomaba en sus penetrantes ojos negros. Finalmente, les confesó que él y sus muchachos no eran los únicos que trabajaban su tierra, sino que algunos grupos armados aprovechan lo recóndito del lugar para hacer lo mismo.

-Yo estoy preocupado porque hay otros que dependen de mi negocio.

– ¿Quiénes? -le preguntó Camia 

– Usted sabe, los que mandan.

Por más de 30 años el Bajo Cauca antioqueño, subregión del departamento de Antioquia, ha sido disputado por los grupos armados para dominar la economía de la coca y la extracción ilegal de oro. En la actualidad el Clan del Golfo, los Caparros, el ELN y las disidencias de las FARC libran una guerra para controlar esas economías ilegales. Entre 2020 y 2021 el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) registró 13 masacres en los municipios pertenecientes a esta región (Cáceres, Caucasia, El Bagre, Tarazá, Nechí y Zaragoza) con un saldo de 48 personas asesinadas.

*Se cambió el nombre de las fuentes por su petición.


Sobre el autor

Santiago Marín Higuera

Colombiano, estudiante de periodismo y opinión pública, con interés en el periodismo narrativo, el conflicto y la literatura.

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