Feud literario: Jorge Ibargüengoitia vs Carlos Monsiváis

Moskas en la sopa
Feud literario: Jorge Ibargüengoitia vs Carlos Monsiváis (por culpa de Alfonso Reyes)

Collage: @_sol_de_papel

Por: Miguel Angel Castelo.

Hace unos días comencé a leer una antología que tenía entre mi eterno altero de pendientes. Se llama “Norte”, compilada por Eduardo Antonio Parra, quien juntó 49 cuentos de escritores, renombrados y otros no tanto, de Baja California, Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Durango, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, o sea, el norte de México. Entre los cuentos, había uno que no conocía: “El hombre del plato” de Alfonso Reyes. Otro día con más calma les contaré sobre este libro. Como fue la primera vez que me topaba con el texto de Reyes, busque la fuente primera (que oportunamente se encontraba al final del texto): el tomo XXIII de las obras completas del llamado “regiomontano universal”.

José Luis Martínez, quien se encargó del orden, estudios introductorios y notas de la monumental edición, menciona, entre otros textos incluidos, un guion supuestamente inédito para una opereta escrito entre 1929 y 1953: “Landrú-opereta”, basada en los asesinatos cometidos por Henri-Desiré Landrú “El moderno Barba Azul” en la Francia de los años 20’s. Este texto fue publicado por la Revista de la Universidad de México en el número de abril de 1964, a instancias de doña Manuela, la viuda de Reyes, debido a su quinto aniversario luctuoso. La publicación fue acompañada con dibujos de Rafael Coronel. Martínez dice:

“O es una obra lograda. Su intención humorística parece lastrada por versos conceptuosos y un relato confuso de los hechos. La irrisión no funciona. Su autor debió reconocer estas fallas, lo que explica que dejara guardada y sin publicar su obra.”

Para junio de 1964, el director teatral Juan José Gurrola y el músico Rafael Elizondo toman el guion de opereta y lo convierten en una comedia musical, adjuntándola con una lectura del cuento “La mano del coronel Arana”, presentándola los domingos en el pequeño teatro de la famosa Casa del Lago (lugar donde se formaron grandes glorias de la literatura mexicana como Juan García Ponce, Inés Arredondo o Juan Vicente Melo). La lectura del cuento era a cargo de los actores Claudio Obregón y Martha Verduzco y para “Landrú” actuaban Carlos Jordán, Tamara Garina y Pixie Hopkin, entre otros.

En ese mismo mes, en la misma revista, el dramaturgo Jorge Ibargüengoitia escribió una crítica mordaz y desenfadada sobre la puesta en escena: “El Landrú degeneradón de Alfonso Reyes” donde, después de ofrecer un breve resumen de los hechos, da cuenta que el manuscrito en que se basaron estaba incompleto: “el autor pensaba escribir una obra de no menos de setenta páginas, en vez de las siete u ocho que ha de tener el manuscrito” (casi le atina, en realidad son cinco). En un párrafo anterior menciona: “Los veinticuatro años que transcurrieron entre que Reyes comenzó la opereta que nos ocupa y dejó de ocuparse de ella, no fueron bastantes, porque la obra no está terminada, sino apenas comenzada”. Posteriormente, don Jorge analiza las partes que conforman la obra y la reclasifica como “cuatro monólogos y dos coros”. Aprovecha para denostar el texto que antecede a la opereta, calificándolo de “texto que es de una estupidez y una densidad verdaderamente lamentable”.

Lo único que rescata Ibargüengoitia de la obra es, en primer lugar, que no es un romance “plaga y muerte del teatro lírico”; en segunda, que por ser poco el elenco y el texto incompleto, contiene efectos surrealistas interesantes, ejemplificados estos últimos con la actuación de Carlos Jordán (quien hacia de Landrú, al jefe de policía y al mismo Alfonso Reyes); y en tercer lugar, la virtuosa dirección de Gurrola y la música de Elizondo, quien “ya había escrito música para el teatro bastante mala, pero esta vez logró algo importante: una música ligera en el mejor de sentido de la palabra”.

Inmediatamente después de esta crítica, aparece otra del cronista Carlos Monsiváis sobre la misma obra: “Landrú o crítica de la crítica humorística o cómo iniciar una polémica sin previo aviso”. Se cree que el editor de la Revista de la Universidad de México Jaime García Terrés dispuso de ese orden a manera de desagravio a la figura, que aún en nuestros días, representa Alfonso Reyes.

Monsiváis aplicó con Ibargüengoitia lo que años después Paco Umbral llamó “La rosa y el látigo”: “si no fuera porque Jorge Ibargüengoitia es uno de nuestros mejores críticos teatrales (y el más agudo y regocijante), sus juicios no me importarían”. En su apología al texto de Reyes, aplaudió a la viuda la publicación de este guion y la aprobación para la realización de dicha obra. También da a entender que el texto tiene calidad dada la “categoría” del que llamó “primer hombre de letras de Hispanoamérica” y se dedicó a refutar los argumentos de Ibargüengoitia punto por punto, calificando su crítica, en resumidas cuentas, de ingeniosa pero incongruente.

En el número de julio, igual en la Revista de la Universidad de México, Ibargüengoitia sorprende con su “Oración fúnebre en honor a Jorge Ibargüengoitia”, donde anuncia su retiro de la dramaturgia y de la crítica teatral. “Me voy porque ya me cansé de tener que ir al teatro […], escribir artículos […] y entregarlos […]. Los artículos que escribí, buenos o malos, son los únicos que puedo escribir”. En este mismo párrafo remata: “Quien creyó que todo lo que dije fue en serio, es un cándido, y quien creyó que todo fue broma, es un imbécil”. Refuta los dichos de Monsiváis y le ataca por caer en lo mismo que este lo acusó, de hacer “afirmaciones rotundas”. Da a entender, continua Ibargüengoitia, que hablar mal de Alfonso Reyes estaba mal visto, recalcando el hecho que guardó “Landrú” por tanto tiempo y no lo publicara en vida por casi lo mismo que mencionaba Martínez en su prólogo.

Los textos mencionados, se pueden consultar en la página de la Revista de la Universidad de México en su sección “Archivo”. Vayan y lean, para que luego no les digan y no les cuenten.

En aquel tiempo (y aún en pleno 2024), tirarles mierda a las vacas sagradas, los autores consagrados o el canon, como ustedes gusten llamarles, sigue siendo objeto del escarnio publico y privado, tanto por las “viudas”, los academicistas y el club toxico de fans. Pero ni ellos nos pueden quitar el gusto de hacerlo, ni de disfrutar esta pelea de titanes por culpa de un difunto.

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