Quiero ser todos los caballos

Jorge Gómez

1

Siento cariño por los
libros que se leen cosidos,
no pegados. Es como
si en un lugar impreciso
del alma me supurara
un acento que, ya sabes,
no comprenderé nunca.
Mi descenso inoportuno
está hecho de artimañas,
de imitaciones pobres
de esa vida que no tuve,
que no tendremos.
No tengo hijos, ni padres,
ni cordiales vecinos
que reclinan la vista
y preguntan cómo está
tu fregadero, cómo grita
tu cáncer testicular, cómo
escancia la retina en su tristeza.
Déjame desgranar la nocturna
vista; la liquidez, el futuro
el desconocimiento vasto
que es un jamelgo, todo herida.
¿No es una cicatriz tierna
este piano que, adviértelo,
no deja nunca de sonar?

2

Tenía un abuelo
(podría muy bien ser inventado,
podría ser esos abuelos
que nunca jamás fueron)
que perfeccionó
una técnica para mirar las flores.
Decía haberla copiado
de una abeja.
Esto lo lanzaba mientras roía
trocitos de pan con sus dientes
ambarinos y sus ojos de cobaya.
Su estrategia era
mirar muy fijo,
entre las 11 AM y el canto del herrero.
Miraba muy absorto,
digamos como enfermo de amor
o desconsuelo,
que viene a ser lo mismo,
y a mí,
que no soy una abeja,
me aguijoneaba la risa.
Pero tan bien miraba,
tan abarcada era la flor por su fijeza,
que se perdían los límites:
el iris se hacía pétalo,
el polen era un párpado,
el suave límite que encerraba
a la planta
se confundía alegre
con la cuarteada piel que lo asumía.
Años después, tal vez
como homenaje,
quise replicar su experimento.
Pero mirar no es fácil.
Las flores no perdonan mis errores
de novato.
Aunque me desdibuje,
aunque arroje terco la mirada
como un paciente microscopio,
siempre un límite atroz repele
mi mirada.
Me quedo solo y descalzo
frente a un color
que nunca entiendo.

3

Grita como un viejo dios
entre las rocas.
Lo veo volar lejos
hacia el sol
que es el reverso ajeno
de su nido.
Ahora se ha escondido y se defiende
con un chillido menudo y desafiante.
No sé cómo nombrarlo,
pues nada sé de pájaros
ni de la vida.
Así y todo entiendo su graznido.
Aquí no subas -dice-,
tu sitio nunca será este
porque no tienes buche
ni pico
ni alas. Porque no tienes
plumas.
Quise que me salieran
dos alas monstruosas
como un Ícaro de clase media,
como un pájaro
invisible que escapa
acobardado de su jaula.
Eso fue un momento antes
de despeñarme,
sin alas, sin aliento, sin graznido.

4

En esta enciclopedia de inutilidades
que es la cabeza,
recuerdo dieciocho
o diecinueve direcciones
en las que he vivido.
No es poco, sobre todo
si pienso que moriré
solo en una.
Tantas coordenadas,
tantas llaves,
tantos colchones y hornos
y escaleras viejas
y zapatos que entran
y marcan la casa.
¿Cuántos pasos bastan
para entrar al hogar
del que ya nadie sale?

5

Todo está hecho de nudos.
El pan,
las minas insalubres,
la camisa simbólica del reo.
Arrancados de cuajo,
la deriva es un objetivo
tan noble
como nombrar una galaxia.
Es aquí donde hundo el pie,
aquí
(no en otro sitio), y donde los pájaros,
rabiosos acólitos del viento,
reclaman mi obediencia muda.


(Groenlandia, agosto 2018)

6

Tú eres un pájaro.
Yo soy un hombre
o lo que queda de un hombre.
Distantes son nuestras
orillas.
Bebes y viras la cabeza
como si el agua fuera
un pequeño tesoro,
una desdicha abierta.
No pude volar nunca
y no te importa.
Esta, mi ala, es el silencio
que vibra como un trueno.
No seré ya un pájaro.
Todo está dicho.
El cielo se me antoja
una sustancia ajena,
una mortaja.
Anoche oí el ulular
inconcebible del búho.
¿Es esto la tristeza?
¿Es este canto
que ha convertido
en un despojo blanco
mi corazón de arena?

7

Desde hace tiempo
llevo atado un fantasma
al tobillo.
Como una sábana que se agita
cuando soplan las tristezas
desde el sur.
Es callado casi siempre
y se asusta
si me muevo de repente
o si me quedo inmóvil
mirando a los que caminan.


Sobre el autor

Jorge Gómez

Nació en Anolaima en 1978. Vivió en Manizales, La Dorada, Armenia, Bogotá, Miami, Orlando y Dallas. Si tiene que morir, le gustaría que ocurriese en Madrid, donde reside desde 2007. Camina mucho por montes que le atraen por su nombre y suele perderse; no es una metáfora.

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