Galantemina

 Galantemina

Cristian Nuñez

Ilustrador: @aparatonacional_
 
 

Santiago terminó de abotonarse la camisa; después se ajustó el cinto y, cuidadosamente puso el saco en el respaldo de la silla.

 

Con mano temblorosa —acaso por los nervios—, anotó la dirección en un papel y garabateó un indeciso mapa. No debía descuidarse: hoy había juntado valor, y tenía que aprovecharlo. No dejaría nada librado al azar.

 

Salió a eso de las seis. El otoño desapacible había firmado una tregua con el sol, que aun colgaba en el cielo. Santiago estaba enamorado. Se sentía pleno, joven, feliz.  

 

Y estaba yendo a verla.

 

—Mercedes —susurraba entre suspiros—. Mercedes.

 

Sin soltar el ramo de flores, apuraba el paso.

 

 

Tuvo que cruzar las vías. Paseó por las veredas de la inmensa plaza y por los interminables escalones de la costanera. Le dolían las piernas. Jadeaba. Pero la imagen de Mercedes lo curaba todo.

 

Revisó varias veces el papelito con los dibujos. Y varias veces se detuvo para recuperar el aliento y relajarse. Se secaba el sudor de la frente con el pañuelo, se arreglaba la corbata y se levantaba el pantalón. Después, seguía camino a tranco seguro.

 

Al fin, cruzando la avenida, llegó a la casa. Algo en el pecho se le agitó, y Santiago quiso serenarse. Respiró hondo, avanzó hasta el umbral.

 

Golpeó.

 

Salió a recibirlo una viejecita encorvada por los años. Y esa imagen de pequeñez, de dulzura y de tiempo, lo conmovió a Santiago. La vio sonreír con los labios apretados y tímidos. Entonces, le hizo una reverencia.

 

—Tenga usted muy buenas tardes, abuela —dijo al fin, con ceremoniosa cordialidad—. Mi nombre es Santiago, y me pregunto si su nieta Mercedes se encuentra en casa.

 

Un brillo en los ojos grises de la abuelita resplandeció por un segundo, y se perdió cuando bajó la mirada. Pareció dudar. Y despacio, como quien recibe una orden que no quiere cumplir, se dio vuelta y se encaminó hacia la cocina.

 

Santiago escuchó, atenuado por la puerta entreabierta, la voz tímida de la viejecita:

 

—Merceditas, te buscan —dijo, y repitió con la voz contenida

 

 

¾: Te buscan.

 

Bajo el marco de la puerta, Mercedes apareció: dorada, brillante, hipnótica. Santiago la vio para siempre. Grabó su imagen en cada gota de la sangre que le galopaba.

 

—¡Hey! Hola —se apresuró a decir ella—. Pero ¿qué hacés acá? ¿Cómo llegaste? ¿Quién…?

 

Y vio en la mirada de Santiago un amor infinito y un miedo joven, muy joven.

 

Santiago no la dejó seguir hablando. Estiró el brazo y le acercó el ramo de flores. Se acomodó el saco y quiso enderezarse.

 

—Mercedes —decía, con la voz entrecortada—, disculpe que me haya llegado hasta su puerta a estas horas y sin aviso. Pero tengo la urgencia de decirle que la quiero. Y que pienso mucho en usted.

 

Merceditas miró hacia adentro, desconcertada.

 

—No lo tome a mal, por favor —se apuró a decir Santiago—. Lo mío es sincero y desde hace mucho tiempo, acaso desde que la he conocido. Quiero preguntarle una cosa.

 

Ella prolongó un difícil silencio. ¿Cómo habría llegado su abuelo desde el geriátrico hasta su casa? Lo miró enternecida: las manos ancianas, el pelo encanecido, la piel curtida y gastada, el cansancio, el amor.

 

—Quiero preguntarle si quiere ser mi novia, Mercedes —dijo el viejito bajando la vista.

 

Desde la cocina, Mercedes —su Mercedes de siempre, que había escuchado todo—lloraba. Había rejuvenecido cincuenta años en cincuenta segundos. Rememoró esas viejas palabras, las mismas que ahora recibía su nieta. Y cerrando los ojos, bajito —muy bajito, para que no la escucharan— respondió lo mismo que aquella vez:

 

—Sí, Santiago. Me encantaría ser su novia.


Sobre el autor

Cristian Gabriel Nuñez

Nació en Santa Fe (Argentina) en 1973. Es Licenciado en Química por la Universidad Nacional del Litoral. PERTENECE AL CENTRO DE ESCRITORES CÉSAR CIPOLLETTI y es acérrimo seguidor del TALLER DE CORTE Y CORRECCIÓN coordinado por Marcelo Di Marco.

2 comentarios en “Galantemina”

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