LETRAS, COMAS E HIPÉRBOLES
Jhimer Jair Monzon Mantilla.
Por las tardes, casi siempre, a las 17 horas, los libros regresan a sus cajas; a veces son ordenados por color, otras por autor, inclusive llega días en que cada caja pertenece a una década diferente. Percy se encarga de limpiarlos antes de guardarlos en sus respectivos lugares. El polvo y el humo de los autos, luego de elevarse al cielo, caen en las portadas de los clásicos; aunque, solo basta un trapito para dejar los libros “casi nuevos”, otra vez. Pero hay algo que Percy detesta encontrarse al final del día, manchas en las semivirgenes páginas, impresas por los dedos sucios de algún fisgón que, después de ojear y maltratar cuanto libro quiso, no compró ninguno.
Después de tantos años vendiendo en la misma avenida, Percy creó una clasificación para diferenciar los días buenos, comercialmente hablando, de los malos; era necesario vender cinco libros para decir que fue un buen día. Cuando esto ocurría, que eran pocas veces al mes, visitaba el chifa del final de la avenida, donde se comía un aeropuerto con tortilla.
Cuando Percy estuvo en la universidad, hace más de veinte años, siempre se le veía con un libro en la mano, y como nunca se le conoció una enamorada, sus compañeros decían que cada semana cambiaba de chica. A veces, eran gruesas, unas de tez blanca; otras, color periódico. Claro, se referían a sus libros.
Al obtener su licenciatura en Antropología, dejó la casa de sus padres para ir a vivir a la capital. Hizo sus maletas con gran ilusión, pensaba en su escritor favorito, A. Bryce. Se veía así mismo como aquel joven Bryce en su primer viaje; solo que, con una diferencia, Bryce viajó a París, y él solo a Lima.
Viajaría en bus de noche, para poder dormir y llegar descansado. Como no tenía mucha ropa, llenó sus maletas con todos los libros que conformaban su biblioteca personal.
La primera vez que lo vi, estaba sentado afuera de mi universidad, había puesto un plástico azul en el piso y encima una docena de libros de segunda mano; él estaba leyendo uno, y solo cuando estuve a pocos metros pude distinguir el título: “Historia de dos ciudades”. Recuerdo que pase de largo, ya estaba retrasado para mi clase de Teoría del Estado, curso que era dictado por un profesor español que no toleraba la impuntualidad, por tal motivo cerraba la puerta del salón a las 15 horas en punto; y que nadie se atreva a tocarla, porque empezaba con su clásico discurso sobre el respeto a los valores cívicos en Europa, para finalizar preguntándose cómo pudo terminar dando clases en una universidad llena de incivilizados tercermundistas.
Al salir de clases, me encontré con Percy, seguía sentado en la misma posición y leyendo el mismo ejemplar. Me paré frente al montón de libros que había en el piso, y empecé a revisarlos. Tenían frases subrayadas, anotaciones en los márgenes, los nombres de sus dueños, y demás alteraciones. Mientras hacía esto, Percy ni siquiera me miraba, seguía tan concentrado en su lectura, que yo podría haberme metido un libro a mi mochila y él ni siquiera se hubiera dado cuenta. Ante tal desplante, dejé los libros en el piso, y me fui.
Después de esa tarde, no hubo día en que no me cruzara con los libros amontonados de Percy. Por la forma en que los libros estaban desparramados en el piso, tenía la impresión que cuando él llegaba al lugar de venta, solo se esforzaba en vaciar el saco lleno de libros y dejarlos así, tal y como habían caído.
Como los universitarios buscaban libros teóricos sobre su respectiva profesión, empezó a traer este tipo de textos; por eso, apenas vi el título: “Derecho Constitucional”, me acerque para comprarlo, ese fue el primer libro que me vendió Percy, me costó 15 soles; la tapa estaba desgastada y las hojas amarillas, pero aún lo conservo con mucha estima. Lo compré porque a la semana siguiente tenía un examen final en esa materia. Cuando recibí la prueba y vi las preguntas, me di cuenta: ¡Todas las respuestas estaban subrayadas en el libro!
A la mañana siguiente no dudé en comentarle a Percy este asombroso acontecimiento, fue así como cada tarde me paraba unos minutos en su puesto para conversar de todo, y a veces de nada. Siempre tenía que saludarlo yo primero, me sentaba en el gras que había entre la vereda y la pista, sacaba el libro que me ocupaba ese mes, y en un santiamén, el cielo estaba muy oscuro como para seguir leyendo. Para ser sincero, he pasado más horas leyendo junto a Percy, y sus libros desparramados en el suelo, que en la biblioteca de mi facultad.
Nunca me quiso decir cómo empezó a vender libros al frente de mi universidad. Cada vez que está borracho, y ante mi insistencia, me cuenta una nueva versión. En algunas intervienen ladrones que le quitan la maleta donde estaba su título universitario; otras veces, jura que aún tiene su cartón guardado por ahí, pero que nunca le sirvió para nada; hay noches que termina llorando, recordando sus primeros libros vendidos, siempre enfatizando cuanto le costó separarse de ellos.
– –Pucha hermano, quién me mandó estudiar antropología; carajo, lo mío son las letras, las comas y las hipérboles.
– – Pero si a eso te dedicas, por qué no escribes algo cuando nadie está comprando.
– –Es que no estudié Literatura pues webón. ¡Antropología! ¡Antropología! Como si acaso en el Perú alguien le importara de verdad eso.
Luego de un par de tragos más a la botella de ron, de pico y puro, como varón pues, terminamos la noche discutiendo si es necesario estudiar Literatura para ser escritor. Nunca he conseguido convencerlo que sí se puede, y a pesar que le referencio a muchos autores él está convencido que para escribir primero se debe estudiar en la universidad, así como su autor favorito, A. Bryce, que, como sus amigos decían, se fue a Europa para estudiar de bohemio, es decir para ser escritor.
Últimamente me contó que está vendiendo más, ahora puede acompañar su aeropuerto con una inca cola heladita. Cada vez que paso por la avenida, lo encuentro leyendo, como la primera vez.
Mi buen amigo Percy, conté tu historia para demostrarte que sí se puede escribir sin haber estudiado literatura. Sé que algún día venderás libros con tu nombre en la portada.
Sobre el autor
Jhimer Jair Monzon Mantilla
Peruano, egresado de Ciencia política y Gobernabilidad de la Universidad nacional de Trujillo. Director del Grupo de estudios en Ciencias sociales “Leviatán”. En la actualidad se encuentra trabajando en su primer libro de cuentos. En Aparato Nacional ya tiene publicados varios de sus trabajos.